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Tres semanas a lo largo de los legendarios ríos Rin, Meno y Danubio expandirán sus horizontes de formas inimaginables. Embarque en el norte de Ámsterdam, disfrutando de una ruta hacia el sudeste bañada en lujo. Recorra Alemania, Austria y Hungría hasta Serbia y Rumanía. Por el camino visitará ciudades conocidas, como Ámsterdam, Düsseldorf, Nuremberg, Linz, Viena y Budapest, pero también lugares de los que nunca había oído hablar: Donji Milanovac, Vidin o Giurgiu, entre otros. Todos son igual de fascinantes, con historias centenarias y con paisajes que parecen sacados de un cuento. La dramática garganta del Rin, repleta de castillos; el impresionante canal Rin-Meno-Danubio de 16 esclusas, y el valle de Wachau, con sus viñedos y sus huertos de albaricoques perfectamente alineados en las terrazas: todo un festín visual para los amantes de la fotografía. Tres semanas de «fantasía» que muchos no llegarán a experimentar en toda una vida.
Ámsterdam, capital de los Países Bajos, deslumbra con sus canales, historia y arte. En la Plaza de los Museos, se exhiben obras de Rembrandt y Van Gogh, mientras que la Casa de Ana Frank conmueve con su relato. Más allá del centro, hay rutas de ciclismo, lagos y canales para deportes acuáticos. Su vibrante vida nocturna y coffee shops completan la experiencia en esta ciudad única.
Utrecht cautiva con su armonía entre historia y modernidad. La Torre de la Catedral corona una ciudad de canales únicos, con terrazas al nivel del agua, boutiques y cafés. La Casa Rietveld-Schröder deslumbra con su diseño vanguardista, y museos como el Centraal y el del Ferrocarril enriquecen la experiencia. Con su ambiente universitario y patrimonio cultural, Utrecht vibra con energía y encanto holandés.
Düsseldorf, ciudad con raíces romanas, floreció en la Edad Media como centro comercial textil y cervecero. Fue capital del Ducado de Berg y, en el siglo XIX, se convirtió en un foco de arte e industria gracias a su famosa escuela de pintura. Hoy, con más de 600.000 habitantes, es una ciudad vibrante y moderna, conocida por su moda, vida nocturna y festivales, que combinan tradición y cosmopolitismo.
Rüdesheim, con sus edificios históricos, callejuelas sinuosas y los viñedos circundantes, es un destino turístico popular. La historia de la ciudad se remonta a la época romana y ha sido influenciada por diversas culturas y tradiciones. Uno de los puntos destacados de Rüdesheim es su cultura del vino. Aquí se encuentran algunos de los mejores viñedos de Alemania, famosos en particular por su Riesling. Una atracción popular es el teleférico de Rüdesheim, que ofrece vistas impresionantes. No se pierda la famosa bebida llamada Rüdesheimer Kaffee, una especialidad de café preparada con Asbach Uralt, un tipo de brandy alemán, y coronado con nata montada.
Miltenberg parece detenida en el tiempo: entramados perfectos, calles que susurran leyendas y una plaza que respira historia. Desde el castillo Mildenburg hasta el Hotel zum Riesen —donde durmieron reyes y se contaron historias de brujas—, todo invita a imaginar. En sus torres aún resuenan ecos del pasado oscuro. Hoy, entre vinos de Franconia, pan rústico y embutidos, la ciudad seduce con una belleza serena y profunda.
Freudenberg, una pequeña y pintoresca ciudad a orillas del río Meno en Alemania, combina encanto histórico con belleza natural. Su casco antiguo medieval, bien conservado, destaca por las casas de entramado de madera que transmiten un encanto atemporal. El río Meno añade un toque de serenidad y ofrece vistas pintorescas que realzan aún más el atractivo de la ciudad.
Karlstadt, fundada por los francos en el siglo VIII y nombrada en honor a Carlomagno, creció en la Edad Media como centro comercial y miembro de la Liga Hanseática. Su ubicación en el río Main la hizo un importante punto de tránsito. Pese a guerras como la de los Treinta Años, la ciudad se recuperó gracias al vino y nuevas industrias. Hoy es una ciudad próspera, orgullosa de su patrimonio y comunidad.
Würzburg, en el norte de Baviera, combina historia, arte y vino. Destaca por su arquitectura barroca, como la imponente Residencia, Patrimonio de la Humanidad, la Fortaleza Marienberg y la Catedral de San Kilian. Sus museos, plazas y viñedos invitan a explorar la ciudad a pie o en bicicleta. Con vistas al río Main y una rica herencia cultural, Würzburg seduce con encanto y elegancia.
Bamberg, joya medieval de Baviera, deslumbra con su arquitectura barroca y pasión cervecera. Entre sus imprescindibles están la Alte Hofhaltung, la Catedral de 1002 y la Nueva Residencia con su rosaleda. La ciudad es famosa por sus cervecerías tradicionales, que la convierten en un paraíso para los amantes de la cerveza. Como curiosidad, aún se puede ver en funcionamiento la esclusa 100 del Canal Ludwig-Main-Danubio, operada manualmente.
Núremberg es una ciudad con una rica historia que abarca tanto la Edad Media como el siglo XX. El casco antiguo medieval está rodeado por murallas del siglo XIV y cuenta con una impresionante arquitectura gótica, incluyendo el castillo de Núremberg y la iglesia de San Sebaldo del siglo XII. La historia medieval de la ciudad se refleja también en las casas con entramado de madera bellamente conservadas, las estrechas calles y las fuentes históricas que se encuentran por toda la ciudad
Enclavada a orillas del Canal Rin-Meno-Danubio, Roth seduce con su historia milenaria y su encanto franconio. Entre callejuelas empedradas se alza el castillo de Ratibor, un palacio de caza del siglo XVI financiado con riquezas de Silesia. A su alrededor, joyas arquitectónicas como la iglesia gótica y el Riffelmacherhaus —una de las casas con entramado más bellas de Franconia— hacen de Roth una parada breve, pero inolvidable.
En la Edad Media, Regensburg fue una de las ciudades más influyentes del Sacro Imperio Romano Germánico y sede de asambleas imperiales. Hoy, esta joya a orillas del Danubio es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y una de las ciudades medievales mejor conservadas de Alemania. Iglesias imponentes, casas patricias, el puente de piedra del siglo XII y la histórica Wurstkuchl revelan su alma bávara y 2.000 años de historia.
Donde confluyen el Danubio, el Inn y el Ilz, Passau despliega su encanto barroco entre callejuelas adoquinadas y cúpulas verdes. Antiguo centro de manufactura de espadas legendarias, hoy seduce con su vibrante vida universitaria, la imponente catedral de San Esteban —que alberga uno de los mayores órganos del mundo— y la fortaleza Veste Oberhaus, que domina esta joya a orillas de tres ríos.
Linz es a menudo recordada solo por la tarta de Linz y la Sinfonía de Linz de Mozart. La ciudad es subestimada, con su plaza principal barroca y su hermoso casco antiguo. También se encuentra allí el Palacio Thun, donde Mozart se alojó una vez para presentar al Conde Thun-Hohenstein una nueva sinfonía. Pero como no la tenía consigo, la escribió apresuradamente en Linz.
Ninguna visita al valle de Wachau está completa sin descubrir la Abadía de Melk, joya barroca de Austria. Fundada en 1089 sobre un promontorio que domina el Danubio, aún habitada por monjes benedictinos, alberga la escuela más antigua del país. Destacan su biblioteca de manuscritos antiguos, frescos espectaculares, escaleras de caracol y la majestuosa iglesia abacial. Una experiencia espiritual y artística incomparable.
Viena es una sinfonía de elegancia imperial y vitalidad moderna. Antiguo corazón de imperios, hoy seduce con sus palacios barrocos, la majestuosidad de su catedral y museos de clase mundial. Aquí resonaron Mozart y Strauss, pero también vibra el arte contemporáneo. Cafeterías históricas invitan a saborear un Apfelstrudel, mientras carruajes cruzan plazas que respiran historia y refinamiento.
No es de extrañar que muchos cineastas hayan elegido Budapest como escenario; películas como EVITA, INFERNO y SPY se rodaron aquí. Budapest impresiona como metrópoli y ciudad balneario, con su barrio del Castillo y el emblemático Puente de las Cadenas. Destacan las casas de colores pastel en Herrengasse, la Galería Nacional y el Laberinto, que también sirvió como prisión. Su preso más famoso fue Vlad Tepes de Transilvania, conocido en la historia y en los cuentos como el Conde Drácula. ¡Aquí hay mucho por ver y experimentar!
El puerto de Mohács, en Hungría, es un importante nudo de comunicaciones que conecta la región con otras partes de Europa. Este bullicioso puerto facilita el tráfico de embarcaciones comerciales y de recreo. El puerto tiene una importancia histórica ligada a la Batalla de Mohács, que hizo que esta parte de Hungría estuviera bajo control otomano durante muchos años. Este puerto sirve como recordatorio de la compleja y rica historia de Hungría.
Poco conocida, pero merece la pena visitarla: Novi Sad fue fundada en el siglo XVII y rápidamente se dio a conocer por el comercio y la producción. Además, la ciudad se convirtió en centro de la cultura serbia, lo que le valió el sobrenombre de «Atenas serbia». La calle Dunavska, que lleva el nombre del Danubio, cuenta con bonitos edificios de dos y tres plantas. También merece la pena visitar la Plaza de la Libertad, con el Ayuntamiento y la Iglesia de Santa María.
La actual capital de Serbia ha tenido un papel destacado por su ubicación estratégica. Símbolo de numerosos conflictos, hoy su emblema es la fortaleza sobre los ríos Danubio y Sava. Hay mucho por descubrir, como el único baño turco conservado de principios del siglo XIX y el Museo Nacional. Su rica mezcla cultural también se refleja en la gastronomía, con platos influenciados por las cocinas turca y húngara, y repostería con toques austriaco-bohemios. ¡Un verdadero placer para los sentidos!
Donji Milanovac, en el corazón del desfiladero de Veliki Kazan y el Parque Nacional Đerdap, deslumbra por su belleza serena y su riqueza arqueológica. Cerca de aquí se encuentra Lepenski Vir, una joya prehistórica donde se hallaron esculturas y herramientas de hace 9.000 años. Naturaleza imponente, historia milenaria y una atmósfera cinematográfica convierten este destino en una experiencia única.
Como un semicírculo que abraza el río, Vidin se alza majestuosa bajo la fortaleza medieval de Baba Vida. Testigo de imperios romanos, otomanos y batallas fronterizas, ofrece hoy histórico contraste: desde iglesias ortodoxas y mezquita hasta sinagoga restaurada y arquitectura del socialismo. Su casco antiguo deslumbra, la ribera inspira, y el vino local celebra su renacimiento.
Giurgiu, antaño escala del legendario Orient Express, seduce hoy a los viajeros más exigentes con su historia y encanto fluvial. A orillas del Danubio, su torre del reloj otomana y las ruinas de la fortaleza del siglo XIV evocan un pasado estratégico. Conectada por un majestuoso puente de acero con Bulgaria, esta ciudad fronteriza invita a descubrir la elegancia de una Europa menos transitada.